The following is a Spanish translation of “The Evil of the National Security State” by Jacob G. Hornberger. The translation was done for FFF on a complimentary basis by a FFF supporter in Spain. Please share it with your Spanish-speaking friends.
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En 1961, en su discurso de despedida, el presidente Dwight Eisenhower lanzó una seria advertencia que entonces chocaría a los americanos. El vasto “complejo militar-industrial” de EEUU constituía, dijo, una grave amenaza para sus procesos democráticos.
El sucesor de Eisenhower, John Kennedy, estaba tan preocupado por el poder de los militares en la vida americana que recomendó adaptar al cine la novela Seven Days in May, sobre un golpe militar en América, para que sirviese de aviso al pueblo americano acerca del poderío alcanzado por el establishment militar en EEUU.
A los treinta días del asesinato de Kennedy, el Washington Post publicó un artículo op-ed del antiguo presidente Truman señalando que la CIA se había convertido en una fuerza oscura y siniestra en la vida americana.
Desde el asesinato de Kennedy, sin embargo, ni un solo presidente y muy pocos miembros del congreso se han atrevido a desafiar a lo que conocemos ahora como el estado de la seguridad nacional. Bien al contrario, desde 1963 cada presidente y cada congreso han venido colmando siempre al pentágono y a la CIA de dinero, armamento, poder, lujo e influencia.
Además, los tribunales federales han dejado claro hace ya mucho tiempo que nunca impondrán limitaciones constitucionales a los militares ni a la CIA si éstos apelan a la “seguridad nacional” o a “secretos de estado.”
El estado de la seguridad nacional, en especial los militares y la CIA han llegado a formar parte permanente de la vida americana. En efecto, con su universal misión de proteger la “seguridad nacional”, su papel predominante en la economía americana y ahora su supremacía sobre la ciudadanía, el pentágono y la CIA son, sin duda, las partes más importantes y poderosas del gobierno federal.
El estado de la seguridad nacional ha transformado la vida americana. Los militares ejercen ahora el poder de detener a la gente, llevarla a un calabozo militar o campo de concentración, torturarla, encarcelarla de por vida, asesinarla o ejecutarla, quizá después de comparecer ante un tribunal militar especial. Todo esto puede hacerse hoy sin sombra de tutela judicial ni de tribunal del jurado.
Efectivamente, en la práctica, el establishment enmienda la constitución sin pasar por ninguna de las instancias previstas para una enmienda formal. Las dos palabras más importantes en la vida de los americanos durante casi 60 años – “seguridad nacional” – se han usado para realizar la transformación más radical del sistema de gobierno americano en toda la historia. Irónicamente, sin embargo, esas dos palabras ni siquiera figuran en la constitución.
Junto a sus pretensiones imperiales, que se iniciaron hace más de 100 años, el estado de la seguridad nacional invade y ocupa países que no han atacado a EEUU y secuestra a personas sospechosas de terrorismo en cualquier parte del mundo y las entrega en régimen de rendition a dictaduras amigas para que las torturen. O, simplemente, las asesinen. Cuando se trata de terrorismo, el estado de la seguridad nacional de EEUU es el juez, el jurado y el verdugo. Su determinación es final e inapelable. En la práctica, tanto los militares como la CIA gozan de total inmunidad penal, sin responsabilidad civil, por muertes y otros actos de violencia cometidos en nombre de la seguridad nacional.
Insensibilidad permanente
No se olvide que no siempre fue el terrorismo lo que justificó la incesante expansión del estado beligerante. Antes de 1990 era considerado oficialmente el comunismo como el ogro que justificaba intervención americana en todo el mundo. Así, el aplastante peso de las pruebas circunstanciales demuestra que la seguridad nacional estaba detrás del asesinato de John Kennedy, sobre todo a la luz de sus negociaciones secretas con los sóviets y el líder cubano Fidel Castro para acabar con la guerra fría, lo que significaría que el vasto estado de la seguridad nacional pudo quedar ya desmantelado en 1963.
En nombre de la seguridad nacional, los funcionarios americanos han instalado y apoyado dictaduras famosas por la brutal supresión de sus propios ciudadanos, en general por tortura, asociándose con ellas. Así, la “guerra al terror” de EEUU fácilmente podría haber sido diseñada según la llamada guerra sucia en Argentina o el terror de estado en el Chile de Pinochet, pues muchos de los militares de esos países, que usaron su poder para liquidar a toda persona sospechosa de comunismo o terrorismo, habían aprendido a torturar bajo los auspicios del pentágono, especialmente en la School of the Americas (rebautizada en Western Hemisphere Institute for Security Cooperation) o, como la etiquetan en América Latina, “Escuela de Asesinos.”
Lo preocupante es que tanto el pentágono como la CIA han favorecido a tipos totalitarios desde los inicios del estado de la seguridad nacional, cuando empezaron a reclutar a agentes de la inteligencia nazi en sus filas con el fin de enfrentarse a la Unión Soviética – el aliado y socio de América en la segunda guerra mundial – en la nueva guerra fría, que duraría décadas, asegurando así la continuidad y la expansión del vasto establishment de los militares y la inteligencia.
Durante la guerra fría, el estado de la seguridad nacional frustró el experimento iraní con la democracia al derrocar al primer ministro democráticamente elegido para reemplazarlo por un brutal dictador, cuya policía secreta fue entrenada por la CIA.
Un año después, el gobierno americano hizo abandonar al presidente democráticamente elegido de Guatemala, instalando en su lugar una sucesión de brutales dictadores militares y desencadenando una guerra civil que duraría décadas y causaría muerte, tortura y violación a cientos de miles de personas.
Invadió Cuba, intentó asesinar a su presidente, impuso un embargo a su pueblo y se implicó en actos de terrorismo dentro de ese país amparados por EEUU.
Participó en la eliminación del presidente democráticamente elegido de Chile, al que reemplazó por un brutal dictador militar. Durante el golpe, el estado de la seguridad nacional ayudó a asesinar a dos jóvenes americanos por cometer el horrendo crimen mental de asumir la ideología socialista. Sin embargo, debido al poder de los militares y de la CIA nadie tuvo jamás que rendir cuentas por el asesinato de esos dos americanos.
El estado de la seguridad nacional apoyó también, con dinero y armamento, la brutal dictadura militar en Egipto, consolidando así el poder de dicha dictadura sobre el pueblo egipcio.
La lista sigue y sigue.
El pueblo americano ha pasado por todo eso en lo que parece un estado de insensibilidad permanente. Esto es uno de los mayores logros del estado de la seguridad nacional – la subordinación de la conciencia individual a los militares y a la CIA. Si la seguridad nacional requería atacar a un país que nunca atacó a EEUU, que así sea. Si requería crueles e inhumanas sanciones o embargos que dejan exánimes a gentes inocentes, que así sea. Si requería asesinar a algún gobernante extranjero o bien a un ciudadano particular en cualquier lugar, que así sea. Si requería 75 años de secretismo en torno al asesinato de Kennedy, que así sea. Si requería ejecutar a ciudadanos americanos en Chile o en otro país, que así sea. Si requería secuestrar, torturar, encarcelar indefinidamente, ejecutar o asesinar, que así sea. Si requería apoyar brutales dictaduras, que así sea.
Si requería experimentar con drogas en americanos libres de toda sospecha, que así sea. Si requería reclutar a nazis para el estado de la seguridad nacional, que así sea.
Todo lo que importaba era preservar la seguridad nacional a toda costa. Nadie había de cuestionar u objetar lo que el estado tenía que hacer para proteger la seguridad nacional. Se esperaba simplemente que cada cual mantuviese la cabeza gacha, se ocupara de lo suyo y permaneciese callado y crédulo.
Así nadie había de notar que el estado de la seguridad nacional estaba adoptando muchos de los métodos y programas que caracterizaban a los estados totalitarios. Como todo se hacía en nombre de la “seguridad nacional”, todo se consideraba justificado. Es decir, todo era considerado parte de nuestra “libertad.”
La peor elección
Quizá la forma de ceguera más aceptada llegó con los ataques del 11 de septiembre. Los funcionarios de EEUU anunciaron de inmediato que los terroristas habían golpeado a América por rabia y odio a sus “libertades y valores”, una línea rápidamente adoptada por muchos americanos. Una y otra vez, los terroristas que atacaron a América antes y después del 11 de septiembre dejaron claro que su rabia y odio provenían de lo que el estado de la seguridad nacional hacía y seguía haciendo a la gente en ultramar, sobre todo en oriente medio.
Uno de los mejores ejemplos del horror de la política exterior de EEUU es el de Iraq, donde 11 años de brutales sanciones, a partir de la guerra del golfo en 1991, contribuyeron a la muerte de medio millón de niños. Cuando la embajadora de EEUU ante la ONU, Madeleine Albright, fue preguntada por Sixty Minutes al respecto, dijo que las muertes “lo valían.”
Su respuesta refleja la posición oficial del estado de la seguridad nacional. Dada la falta de indignación entre los americanos, el episodio mostró también la horrible distorsión de valores, principios y conciencia causada por el estado de la seguridad nacional en América.
Esa cruel indiferencia ante la santidad de la vida humana se repetiría tras la invasión de Iraq en 2003. No sólo había poco interés por una investigación oficial del posible engaño de los funcionarios de EEUU, incluido el presidente, al pueblo americano con la afirmación de que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva, lo que suponía una amenaza para los intereses de la seguridad nacional, sino que demasiados americanos aceptaron dispuestos la razón alternativa – propagación de la democracia – para justificar el seguir matando, torturando y mutilando iraqíes. Nadie había de notar que el estado de la seguridad nacional de EEUU en realidad se había aliado con Saddam en su guerra contra Irán o que apoyaba activamente a otras dictaduras a la vez que supuestamente procuraba “extender la democracia” en Iraq. Esas prácticas son las que motivaron la rabia y el odio contra América, no contra “la libertad y los valores” de ésta.
La gente suele decir que el 11 de septiembre cambió el mundo. Pero, en absoluto, la política exterior americana. Pues sirvió de excusa a los funcionarios del estado de la seguridad nacional para invadir Iraq y Afganistán, esperando instalar regímenes amigos afines a EEUU. También permitió al estado de la seguridad nacional asumir por decreto los mismos poderes por “emergencia temporal,” típicos de las brutales dictaduras que éste había apoyado largo tiempo, aliándose con ellas en oriente medio y América Latina.
Lo peor que jamás hizo el pueblo americano – peor aún que implantar el estado benefactor – fue permitir la aparición del estado beligerante permanente. El estado de la seguridad nacional ha venido pervirtiendo los valores y entumeciendo la conciencia de los americanos, engendrando rabia y odio a América en todo el mundo. Es el factor que más ha contribuido a que el gasto federal esté fuera de control y la deuda amenace la seguridad económica del país. El estado de la seguridad nacional es un cáncer en el cuerpo político. Es hora de desmantelarlo. Es hora de cerrar las bases, repatriar las tropas, licenciarlas y abolir la CIA. Este es el requisito previo para una sociedad libre, próspera, en armonía y libertad.